Pelotas y Letras | Por Hugo Illera | El niño y Lucho Díaz

Es lo emocionante del fútbol que muchos ignoran por querer convertir a tan hermoso juego en guerra dentro y fuera de la cancha. Estoy viendo al niño colombiano que ha burlado la seguridad en el Rentschler Field de East Hartford donde juegan Colombia y Bolivia. Hay más de 25 mil personas y el infante corre al campo después de saltar desde la tribuna.

Es rápido. Veo a tres guardianes de diferentes uniformes correr tras él.

El niño es monito, delgado, ágil, muy hábil. Sigue corriendo y, creo, que desde que comenzó a correr sabía dónde estaba su objetivo. A punto de ser alcanzado por uno de los miembros de la seguridad, el niño ha llegado a ese objetivo y se abraza a él: Lucho Díaz.

Ha abrazado a Lucho y ha comenzado a llorar mientras el ídolo colombiano le dice y le indica con la mano al guarda que lo deje. El niño llora, abrazado a Lucho que lo aparta un poco para ver su cara. Llueve llanto de alegría en su cara y en su alma de niño. Es un llanto de emoción, de pilatuna, de mostrarle a Lucho lo que es y significa para los niños y amantes del fútbol.

Algo le dice Lucho y el niño se deja tomar por uno de los guardianes que lo lleva y lo entrega a un alguacil de sombrero que lo carga, y camina con él delante de la tribuna mientras el niño levanta sus brazos y gesticula con emoción la manifestación de lo logré. El alguacil hace lo mismo con su brazo derecho, y su mano empuñada, mientras carga al niño con su brazo izquierdo, y la tribuna los aplaude a rabiar. Bendita sea la niñez.

El fútbol, sigo pensando, es el más elemental de los juegos. Se puede practicar con un bola de papel o de trapo, con una chequita, o con ese balón imaginario con el que jugábamos de regreso a casa después de la jornada escolar.

Lo demás es desvirtuar la esencia de ese juego bendito que nos entretiene a todos…

Barranquilla
Junio 18, 2024

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